domingo, enero 25, 2009

Febo Azul


Rápidamente buscaba formas de mantenerse distante de él mismo y se sumergía en cualquier cosa que entorpeciera sus pensamientos; a veces era la tele, otras la radio, pero jamás se había visto envuelto en tal concentración sobre tal cosa: aquél viejo elefante azul sobre la mesita ratona del living. Pequeño, pero imponente; esos ojos que simulaban farolas iluminando desde el mantel floreado hasta el piso de parqué.
-Esos ojos... - se repetía sin detenerse mientras se arrodillaba en el suelo.
Se detuvo a observar con más cuidado las flamas dentro de las gemas azules que formaban su vista, su luz. Se preguntó cuan costosas serían, o cómo habían resultado en su ordinario adorno hogareño.
-¿Cómo es posible? - seguía balbuceando a solas en la oscuridad.
Al pasar los días, el origen de aquella luminosidad se fue tornando cada vez más carente de importancia pues, en las semanas solitarias que le siguieron, el elefante se había convertido en su compañía diaria y, además, él parecía estar hechizado con el brillo de esa mirada artificial.
Acorde los meses pasaban, las cuentas se iban acumulando en la puerta de Febo, pero él sólo podía estar atento al ornamento azul. Y el hombre alegre y extrovertido que había sido alguna vez, se veía atrapado en dos ojos que brillaban dentro de la porcelana manteniéndolo quieto, mudo, incierto. Así como el animal falso era.
De todas formas, el tiempo perdido no devolvía dinero, ni comida, ni cuentas pagas y Febo, debía sobrevivir. Con el estómago gritando de hambre y a oscuras comenzó a desesperarse y a buscar soluciones donde estaba seguro no podría encontrarlas. Se negaba a separarse del brillo fosforescente que irradiaba su valiosa antigüedad y, por ende, a cualquier oferta de trabajo.
Al sexto mes, los ojos de vidrio, la soledad, el hambre, la penumbra, enloquecieron por completo al apasionado hombre y en su desesperación, se encontró una mañana con la billetera llena y su casa vacía. No podía recordar nada de lo que había ocurrido, sólo se exaltó al pensar en su pertenencia más preciada y se asustó. Pero allí estaba, en una esquina de la habitación, esperándolo. Se acercó lo más cerca que le fue posible y comenzó a llorar de dolor al ver dos huecos en la cabeza del elefante. Su amado resplandor se había ido, no quedaba nada que lo iluminara.
Y se dice, que por algún desierto de África yace ciego un elefante azul, recostado sobre el árido suelo.

Febo (latino). El que brilla, el que resplandece.

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