sábado, enero 03, 2009







Porque para ella Ale no era un simple nombre. Porque Ale significaba todas las palabras hermosas y agraciadas del mundo. Porque estaba repleto de errores y defectos que lo hacían tan real, tan autentico. Clara se sentía segura pronunciando su nombre: Alejandro. Nombre de Dios y de Rey, su Rey. Había solo una cosa que la ponía triste; eran los días llenos de té y vacios de Ale. Días en que en su puerta rota y abandonada no entraba él.
Un día de desconsolada soledad se inspiró sobre el piso escribiendo...






Al nacer en mí un nuevo amor espero, que no nazca fruto de la muerte de un amor ahora pleno.
Y que cuando un sueño se cumpla, sueñe otro sin dejar pasar rápidas a las horas.
Quiero, mi amor, convertir las lágrimas de un rosal en rocío antes que el cielo, despojarlas de sus espinas que le causan aquél llanto por las noches.
Que los ruiseñores canten por las mañanas el secreto de la tristeza de las rosas suaves y perfumadas entre el lúcido telón verde.
Sueño con el amanecer ahora prófugo. Con las noches inconscientes y sostenidas entre dos. Con las suplicas de amor eterno bajo mi ventana.










No hay comentarios: