Al otro lado del mundo tenía calor. Ese planeta era un sol. Ardían los ojos, quemaba la piel, te daba sed y te hacia transpirar. Ahora que lo pienso, es el peor planeta del otro lado del mundo. En ese entonces -me acuerdo como si fuera ayer, aunque fue hoy- yo me creí con todas las provisiones necesarias para sobrevivir. Tenía agua, tenía protector solar, tenía anteojos y un ventilador portátil. Solo me di cuenta de donde estaba cuando empecé a quemarme en vida, digo, no literalmente pero usen un poco la imaginación. Todos los recursos que llevaba conmigo me fueron inútiles y se derritieron como bolsa de poliuretano. Desesperada, pedí un taxi –sí, porque en ese planeta infernal hay taxis que te llevan a otros mundos- y me escape hacia un lugar fresco. Deje de habitar en la tierra carbonizada de Octavio para unirme a mi propio mundo.
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