Clara se preparaba para el que sería su primer día de trabajo desde que su Alejandro se había ido para casi siempre. Se perfumaba y se ponía su bufanda azul. Se vestía las botas nuevas, también azules. Peinaba su cabello recién teñido y brilloso. Se miraba al espejo por primera vez desde que su Alejandro se había ido para casi siempre.
Volcó agua caliente sobre su taza transparente, golpeando su último saquito de té verde, y terminaba con dos cucharitas de azúcar. Se sentó en la silla de madera de su cocina y observó la puerta verde que cruzaría en menos de 20 minutos. Clara iba a dejar su casa por primera vez desde que su Alejandro se había ido para casi siempre. Eso la aterraba. Estaba convencida de que del otro lado de la puerta, o en la esquina quizás, habría un monstruo enorme y huesudo esperando por ella. Tomaba un sorbo de té cada vez que pensaba en aquello, intentando que el liquido hirviendo la despertara de su deja vù. Pero ni el té más caliente del mundo aliviaba sus suspiros cuando se sentía sola. Pero hoy todo cambiaría; saldría a la luz del día, se vería más clara que nunca y podría conocer a alguien nuevo, como esperaba su madre.
Nada la preparaba para lo que vendrìa...
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