Virginia. (p.2).
(...) Podía haber continuado la carta de esa forma pero me pareció que excedía los límites de la sinceridad. Que Virginia no tenía por qué saber de mi cataclismo personal. Yo era el ser más orgulloso del mundo, incluso con ésta mujer a mi lado. Hasta ese momento que escribí el mensaje. Mi vanidad quedó en ruinas asimilando lo toda la destrucción de mi ser. Virginia no podría entender aquello jamás.
Espero tu respuesta. En verdad la esperaba. Honestamente, en mi interior, en mi guión fílmico inventado, en mis falsas esperanzas, no era su respuesta en sí lo que mi corazón quería. Esperaba que en aquella contestación estuviera ella para salvarme de mis desgracias. Esperaba sus palabras con la piel expuesta hacia sus caricias, con los ojos abiertos para los suyos, con el corazón latiendo a ultrasonido, con los brazos de par en par, con la boca cerrada para disfrutarla...
Un beso, nos vemos. ¿Un beso solo? Definitivamente me había convertido en un tacaño idiota. Virginia merecía todos los besos que un hombre pudiera dar, ¿y yo sólo le estaba deseando uno?
Cuanta mentira había en aquél nos vemos. Sin querer.
Nunca obtuve respuesta alguna, pero de todas formas, a veces considero que mi versión soñadora de su respuesta es mejor que una salida de su corazón. Con el tiempo aprendí a vivir en falsedades, con dolor en el pecho y en el alma. Aprendí a vivir sin Virginia.
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