martes, octubre 28, 2008

Se recuesta, retorcida, agobiada del perfume de él que se eleva de la cama cada vez que golpea la almohada con el puño, cerrado, violeto, triste. Da mil vueltas y una más, enredándose cada vez más en sus pensamientos al mismo tiempo que sus blancas piernas se enroscan con las sábanas azules encadenándose al dormitorio como los días anteriores.
El café amargo se enfría sobre la mesa de luz de pino oscuro repleta tazas vacías y otras no tan vacías situadas bajo la única luz en la habitación de Clara; el velador encendido permite vislumbrar el objetivo de los puñetazos, patadas y almohadonazos que da de vez en cuando cuando no se permite seguir llorando.
Las telas de la cama parecen un piso de hielo y lo parecen aún más a medida que las lágrimas que caen se siguen enfriando, tal y como el café.
Piensa como seguir mañana en la mañana una vez que sus días libres hayan acabado y deba enfrentarse frente al espejo, al sol y al afuera. Se levanta débil e inestable pero se levanta; busca en el baño papel higiénico y se seca el llanto, por lo menos el que se ve.
Clara abre la ducha y va a calentar su café mientras el agua se calienta...
(...)

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