lunes, febrero 02, 2009

Musical




Uno a uno los escalones se superponían a sus anteriores formando un camino cada vez más profundo y lejano. Las plantas también se relacionaban entre sí, y se enredaban con los barandales de la escalera formando un tapizado espeso y verde sobre el material. Casi sobre la cúspide, los arboles eran tan altos que las aves y las diferentes criaturas que allí se hallaban se amontonaban en sus raíces, sobre los colchones de hojas anaranjadas y amarillentas que llovían desde el cielo tapando algunos nidos y nichos, que los celosos padres descubrían con urgencia. El viento se hacia espacio entre las ramas para levantar del suelo toda forma liviana que pudiera tomar como compañero de viaje mientras se dirigía al Este.
Luego le sucedería la esperada base. El suelo era tan brillante como lo eran los pequeños pero deliciosos rayos de sol que se filtraban entre la cima de la vegetación, las columnas, grises y agrietadas, se inclinaban llevando sus cuerpos hacia el centro del escenario, en donde el piano de madera blanco se convertía en el protagonista. El sol se seguía colando por entre los arboles y los cilindros de piedra, las aves seguían cantando, las hojas seguían cayendo y, algunas, acompañando al viento camino a casa. Todo parecía normal al anochecer, cotidiano. Y cuando el Augurio presintió que algo podría cambiar, el piano comenzó a tocar un repertorio de melodías que no se detuvieron hasta finalizado el amanecer. Nada había cambiado, el escenario era el mismo de siempre, y el piano, como siempre, tocaba solitario en escena.

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